sábado, 4 de marzo de 2023

LUCHAS ESPIRITUALES. Noche oscura, Julio de 1962. Parte II


               Rogué me permitiera sumergirme en el mar de Sus gracias. Pedía fervorosamente estas gracias para mis hijitos también, que los atrajera a Su cercanía. Me prometió que si se lo pedía con frecuencia y perseverancia me lo concedería. Mientras yo, sumergida en profunda devoción lo adoraba, el demonio me habló así:  "¿Crees que Él puede hacer esto? Si Él tuviera poder, lo haría porque eso sería también grato para Él". 

               ¡Qué tremenda bofetada! Se me oprimió el corazón... Entonces apareció el Sagrado Rostro del Señor, ante mis ojos espirituales y habló así: "¡Mira Mi Rostro desfigurado y Mi Sagrado Cuerpo torturado! ¿Acaso no sufrí por salvar las almas? ¡Cree en Mí y adórame!"

               En ese momento hice actos de Fe, Esperanza y Caridad, y le supliqué no permitiera que jamás me separe de Él. Que me encadenara firmemente a Sus sagrados Pies, para que quedara así, siempre junto a Él. Así me sentiría segura. Él, por su parte, me pidió que renunciara a mí misma, ya que soy muy distraída y mundana. "No te obligo, la libre voluntad es tuya. ¡Sólo si tú lo quieres!". 




               Con todas mis fuerzas he procurado hacerlo. Después todo, a mi alrededor se fue ordenando de tal manera que era llevada cada vez más cerca de Él, pues Él me seguía urgiendo. "Grandes gracias quisiera darte, pero para eso ¡renuncia completamente a ti misma!". Graves eran estas palabras para mi entendimiento. Por eso le pregunté: ¿Seré capaz de eso?. "Tú, sólo debes querer, lo demás confíamelo a Mí". 

               Esto me ha costado nuevas y nuevas luchas, pero el Señor iluminó mi entendimiento y me ha guiado paso a paso. Esas renuncias las tuve que realizar dentro de mi familia. Mientras mi último hijito me acompañaba, no estaba claro para mí el sentido y el valor de las renuncias. En mi casa tuve que estrecharme más y más para dejar espacio a mis hijos que fundaban sus familias. Esto me costó mucho. Tenía una casa de cuatro habitaciones con las comodidades modernas. Todavía quedó el amplio comedor en mi poder. Aún a esto renuncié aunque me costó mucho. Al salir de allí, los recuerdos alegres y tristes del pasado han invadido mis pensamientos. Han desfilado ante mí muchos acontecimientos familiares, las noches tan íntimas de las Navidades, las bodas, fiestas de bautizo de los nietecitos, la mesa servida pobremente en los años de indigencia, cuando durante años no había para el desayuno sino un pedazo de pan untado de manteca. Durante años el pobre plato de legumbres sin ningún acompañamiento, pero tuve el cuidado de poner junto a cada plato una manzana a la cual sacaba brillo. Ponía la mesa con esmero para que los niños no sintieran que vivíamos años de pobreza.

               En aquellos tiempos andaba alegremente en medio de ellos y guardaba para mí la continua preocupación por su alimentación. Es decir, este cuarto formaba parte de mi corazón y esto hacía difícil la renuncia. Me trasladé a otra habitación pensando que ahí iba a hacer mi nido con mis recuerdos. Era el cuarto de los niños, pensé... ¡aquí mi alma tendrá paz, tranquilidad, ya no tendré que cambiar más de habitación!... Poco antes se había casado mi hijo más pequeño. Tuve que ayudarle para que él también pudiera tener su habitación. Renuncié a este cuarto igualmente. Sentí que fue el Señor quien me pidió este sacrificio, para que yo fuera enteramente pobre... Desfilaron ante mis ojos noches pasadas en vela junto al lecho de algún hijo enfermo, sus alborotos alegres, las oraciones de las noches, las íntimas lecturas familiares. Al pensar en estos recuerdos, sentí un dolor como cuando arrancan algo muy querido al corazón. Y el Señor urgía...  


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