sábado, 17 de junio de 2023

CONSAGRAR NUESTROS HOGARES A SU DIVINO CORAZÓN

 


               En cierta ocasión me quejaba al Señor Jesús: Señor mío, me cuesta tanto hacer que mis comidas no tengan ningún sabor. Él estaba muy conmovido y largamente habló conmigo. Lástima que no escribí Sus Palabras. Aunque Él muchas veces me lo pide. Pero frecuentemente se mezclan tanto Sus Palabras en mi interior que no las puedo formular en palabras. 

               El Señor Jesús prometió darme una fuerza especial para las veladas, y que yo también ponga de mi parte todo el empeño posible. Me prometió despertarme Él mismo aquella noche. ¡Oh, qué felicidad llenaba mi corazón al sentir Su Presencia cuando vino a despertarme! ¡Ha pasado tan rápido la velada en Su Compañía! Mientras estaba sumergida en la unión con Él, ocurrió una cosa admirable. 

               Describo con la mayor humildad de mi alma estas cosas. En las noches silenciosas de verano, mientras confiada y largamente estábamos hablando, de repente se interrumpió la conversación con Él, y Él, sin hacerlo sentir, se fue pero no sin antes permanecer largo tiempo delante de nuestra casa. Me permitió sentir que estaba pensativo delante de nuestra casa y comenzó a enumerar los méritos de nuestra familia, aquellas virtudes que yo hacía practicar a mis hijos cuando ellos todavía estaban pequeños. 

               Destacó como meritorias las fervorosas oraciones de la noche y dijo cuánto Le agradaba la pequeña jaculatoria que añadíamos a esas oraciones. Se refirió luego, a que nuestra familia estaba Consagrada a Su Divino Corazón. Y no se movía de allí sino seguía parado. Ya sentía Su Santa, Bendita Presencia y estaba muy emocionada. 

               Le afligimos con tantas ofensas y Él, a pesar de todo, ¡qué bondadoso es! Y habló: "Bendigo esta casa que está Consagrada a Mi Sagrado Corazón". Era algo sublime sentir esta bendición que dio sobre nuestra familia mientras permanecía un largo rato delante de nuestra casa. Pero ni aún después se movió de allí. Un largo rato todavía me permitió sentir Su Presencia, llena de Bondad y Majestad. 

               Por la emoción me sentía como una insignificancia, menos que nada, y sólo podía balbucear: "¡Apártate de mí, Señor, que soy una gran pecadora!" Él replicó: "La deuda que tengo con Nuestra Madre Me obliga a ello. Las Gracias abundantes que con Mi bendición di a todos los de tu casa, se las di a petición Suya porque tú estás viviendo en esta casa, y tú, con todo el anhelo de tu corazón, deseas propagar la Llama de Amor de Su Corazón…"

               Luego la Santísima Virgen comenzó a hablarme. Me pidió que orara por el alma que la rechazó: "Quien no consideró digna de atención Mi Santa Causa, a pesar de que le habían iluminado con respecto a tu persona. Sé que has sufrido mucho cuando te rechazó. Mi Santo Hijo une los sufrimientos de tu humillación a los sufrimientos Suyos de eterno valor. Y ahora, prepárate en alma y cuerpo a mayores sufrimientos todavía. En cualquier forma y medida que irrumpan sobre ti, ¡no retrocedas! ¡Sé humilde, paciente y perseverante!"

               Cuando la Santísima Virgen terminó de decir esto, muy grande angustia oprimía mi corazón. Otras veces también me anunció que yo iba a sufrir, pero esta vez me he estremecido tanto en mi interior…

               Todo parece tan inseguro y oscuro, las dificultades que hacen que la Causa no avance, todo esto se arremolinaba tremendamente contra mí y les dije: Mi adorado Jesús y mi queridísima Madre, tengo mucho miedo ante los sufrimientos y humillaciones que me aguardan. Sin ustedes soy nada, una miseria. ¡Téngame asida estrechamente!  



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