jueves, 19 de octubre de 2023

DÍAS DE GRACIA, JUEVES Y VIERNES. HACER “HORAS DE REPARACIÓN”



               Mi alma está llena continuamente de la Llama de Amor de la Santísima Virgen. Hasta en las horas de la noche, cuando me desvelo un poco, suplico sin cesar que ayude a encenderse sobre el mundo cuanto antes Su Milagro silencioso. Cuando de mañana, temprano, llegué al templo, como si la Santísima Virgen hubiera esperado este momento para comunicarme en el silencio del templo.


Instrucciones de Nuestra Santa Madre 


               Santísima Virgen: “¿Sabes, hijita Mía, cómo deben ustedes considerar estos dos días, el Jueves y el Viernes?. Cómo grandes días de Gracias. Los que estos días ofrecen reparación a Mi Santo Hijo, recibirán una Gracia grande. Durante las horas de reparación el poder de Satanás se debilita en la medida en que los reparadores suplican por los pecadores… No hay que hacer nada llamativo, no hay que alardearse del amor. Arde en el fondo de los corazones y se extiende a otros también... Quiero que no sólo conozcan Mi Nombre, sino también la Llama de Amor de Mi Corazón maternal que late por ustedes. 

               Y te he confiado a ti el dar a conocer este Amor inflamado. Por eso debes ser muy humilde. Una Gracia tan grande sólo ha sido concedida a muy pocos. Ten en mucha estima esta Gracia tan grande y lo que más debes amar y buscar en ella sean las humillaciones, tanto externas como internas. 

               No creas jamás que eres algo; considerarte a ti misma como nada sea tu principal preocupación. Nunca debes interrumpir el ejercitarte en esto. Aún después de tu muerte, esto debe seguir vigente, por eso también recibes las Gracias de las humillaciones, tanto externas como internas. Así podrás permanecer fiel en difundir Mi Llama de Amor. Aprovecha toda oportunidad: busca tú también con tu propio esfuerzo, las humillaciones externas e internas, porque lo que tú te buscas, aumenta aún más tu humildad.” 

               Al terminar la Santísima Virgen estas instrucciones maternales, mi corazón se llenó de profunda humildad. La Santísima Virgen me permitió sentir lo poderosa que es Ella y, sin embargo, qué humilde y modesta fue en Su vida terrenal. Me mandó escribir la Santísima Virgen esta comunicación en una forma tan detallada, porque esta Su petición que entrega por mi intermedio, es “Mensaje” para todos Sus hijos que como primeros van a difundir Su Llama de Amor. 

                En estos días me enteré de la dirección del Padre X. Fui al hospital para visitarle. La hermana enfermera me concedió cinco minutos para visita. Eran momentos graves. Pedí a ella si pudiera dejarnos hablar a solas por unos momentos. Ella salió. Le pregunté al Padre X si sabe quién soy yo. Me reconoció sólo después de que le hablé sobre el asunto. Le mencioné la Llama de Amor de la Santísima Virgen, de la cual él ya había tenido conocimiento. Le pedí que la leyera, si le fuera posible. “Yo, hija mía, — dijo—, no puedo leer ni siquiera el breviario, ni tampoco las cartas que recibo.” Pasados unos momentos de silencio, al mirarme con sus ojos medio abiertos, puede comprender que sus ojos brillaban con una luz que ya no es de este mundo; sentí que él ya estaba contemplando a Dios. Me dijo en voz baja: “Soy víctima, hija mía. Me entregué plenamente al Señor Jesús y a la Virgen Santísima, ya no dispongo de mi voluntad para nada. Que hagan conmigo lo que mejor les parezca.” Entonces, le manifesté lo que la Santísima Virgen me dijo en aquel entonces cuando los médicos ya lo habían desahuciado: 




                Santísima Virgen.- “Se restablecerá pronto, hijita Mía, pero no para mucho tiempo.” Le pregunté al Padre X, ¿qué debo hacer con la Llama de Amor de la Santísima Virgen? “—Yo, hijita mía, no puedo hacer nada. Si la Santísima Virgen me la hubiera confiado eso sería otra cosa. Pero así, no puedo hacer nada.” Añadió todavía, que tenga confianza, la Santísima Virgen lo arreglará todo. Él, de su parte, hace todo: ora y ofrece sus sufrimientos también por la Causa. 

               Yo comenzaba a desplomarme por los muchos sufrimientos espirituales que consumen mi alma desde ya hace meses. Le dije al Padre X: Yo también, como muerta viviente, soporto los muchos sufrimientos. En este momento se abrió la puerta, entró la hermana y el Padre también aceptó obedecer. “—Ahora te bendigo mucho, hija mía.” Mientras él alzó su mano para bendecirme, yo, con movimiento súbito, con gran veneración la llevé a mis labios, quizá por última vez. Pensé que, aunque se restableciera, no es seguro que lo volvería a ver. En este momento la enfermera se acercó a la cama y dijo: “¡Termine, por favor, la visita!”. 

                 Salí a la calle. Dirigí mis pasos hacia el Templo de la Adoración Perpetua. Gran oscuridad pesaba sobre mi alma. En el camino a la Casa del Señor, Satanás de nuevo tiraba en mi cara sus palabras ultrajantes. Gozaba maliciosamente. Me postré delante del Santísimo Sacramento: He venido ahora a quejarme ante Ti, mi adorado Jesús. Tú sabes todo, sin embargo Te lo quiero contar. ¿Sabes lo que me dijo el Padre?... Tú sabes, ¿verdad? Jesús mío, que yo suplico siempre a Ustedes. ¡Cuán miserable soy, y sin embargo, me confían Ustedes este asunto que atañe al mundo...! Oh, yo impotente e inútil, ¡con qué gusto lo entregaría a un alma digna y pura! Yo no soy digna, Señor mío, para ello. Así suplicaba al Señor Jesús.



               Entre tanto, Satanás con todas sus fuerzas quiso apoderarse de mi alma: “Por fin, ¡estoy a punto de vencerte! ¿No te dije que fuera de ti nadie será tan tonto para hacer suyos y para pasar a otros tus pensamientos inhumanos, impíos? ¿Por qué no me haces caso? Siempre te dije que yo sólo quiero tu bien. Y tú, empeñada en seguir tu cabeza tonta. Pero espero que ahora ya vas a entrar en razón. Esta lección, por fin, ya ha arrancado el velo sobre tus pensamientos necios. Dime, ¿por qué quieres ser tú, a todo precio, superior del resto de los mortales?”. 

               Fuera de la voz del maligno, mi alma estaba insensible a toda otra cosa. Mantenía mi alma en una oscuridad que ya no era posible soportar con fuerzas humanas. Postrada ante el Santísimo, luchaba conmigo misma. ¿Qué debo hacer? ¡No me abandones, Señor mío! ¡Purifica y ordena mis pensamientos!


Diario Espiritual de Isabel Kindelmann, 29 de Septiembre de 1962



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